Un futuro Valle de los Reyes, proyectado esta vez en el norte de Perú, emerge de la maleza del bosque seco de Pómac, santuario histórico que alberga el algarrobal más antiguo del mundo y pretende convertirse en uno de los grandes atractivos turísticos y culturales del país.
A largo plazo, los famosos complejos arqueológicos de Túcume, Sicán y las Tumbas Reales de Sipán conformarán un itinerario que, para el ministro peruano del Ambiente, Antonio Brack, podría llegar a ser el equivalente del Valle de los Reyes en Egipto.
En una reciente visita al bosque de Pómac, donde hace un año dos policías murieron en el desalojo de campesinos que habían invadido más de mil hectáreas, el ministro estimó que esta zona podría acoger a la mitad de los dos millones de turistas que anualmente visitan Perú, por lo que insistió en darla a conocer.
Para explicar parte de esta herencia se erige el museo nacional de Sicán, que hace mención a una cultura desarrollada en este desierto tropical entre los años 750 y 1150, cuyos antecedentes son la cultura Mochica y las contemporáneas Cajamarca y Wari-Pachacámac.
El director del centro, Carlos Elera, consideró que la primera etapa del llamado "circuito de los ancestros" podría estar lista antes de que acabe el año. En su opinión, el bosque de Pómac representa una visión "fantástica" de lo que significa la unión entre ecología y cultura a través de la visita de los bosques, cerros y, sobre todo, de aquellos templos dedicados a los antepasados "con las ofrendas más ricas documentadas del Perú y del nuevo mundo".
De esta forma, los visitantes pueden comprobar la unión de ambas realidades en este rincón de la región peruana de Lambayeque, pues al pulmón natural que representa el bosque se une un interés especial por restos arqueológicos, que datan de hasta 3.000 años de antigüedad.
En declaraciones a Efe, el técnico del museo Juan Carlos Santoyo explicó que esta sociedad eminentemente metalúrgica produjo más del 80 por ciento del oro trabajado que se exhibe en los diferentes museos del mundo.
Junto a objetos de cerámica y orfebrería tallados en oro, cobre o plata, entre los que destaca la máscara de oro del Señor de Sicán, se exhiben reproducciones de los cultos funerarios o las costumbres de esta cultura que en la antigua lengua Muchik significa "casa o templo de la Luna".
No obstante, conocer dicha cultura también requiere descubrir sobre el terreno las más de treinta pirámides truncas de adobe y barro que decoran el paisaje de algarrobos o sapotes, especies vegetales típicas del bosque seco peruano.
Allí, los especialistas llevan treinta años investigando este legado preincaico y, además, se encargan de conservar monumentos como, por ejemplo, las seis pirámides que fueron deterioradas durante las invasiones y que actualmente conviven con restos calcinados de antiguos cultivos.
Más allá de la imagen degradada de algunos de estos yacimientos, el arqueólogo Santoyo se afanó en describir cómo las tumbas de las elites quedaban dispuestas alrededor de aquellas construcciones de mayor tamaño como la Huaca Loro o Las Ventanas, lo que indicaría una forma de culto a los dioses, mientras que los demás eran enterrados en pirámides menores.
Además de desarrollar labores arqueológicas, las comunidades locales también quieren revitalizar la zona con un modelo de desarrollo sostenible y se esmeran en que el bosque seco vuelva a renacer de sus cenizas.
Para ello, colaboran con las organizaciones no gubernamentales (ONG) presentes en el lugar para reforestar el área dañada e impulsar el turismo ecológico, la apicultura o la producción de algarrobina, una miel extraída del algarrobo y que se usa para preparar dulces típicos y es ingrediente de uno de los más famosos cócteles peruanos.
Fuente:Agencia Efe