“¡Adelante, hijos de la Sierra!" –arenga el taita Cáceres con la espada desenvainada y espoleando su caballo. Y ese ejército en que se confunde tropa regular, de uniformes blancos, con guerrilleros quechuahablantes y rabonas, empieza a avanzar sigiloso hacia el pueblo de Marcavalle, en busca de las tropas chilenas.
Es el 9 de julio de 1882. Son las cinco de la madrugada, y el Ejército del Centro –ése que en sólo seis meses armó “El brujo de los Andes” con campesinos, mujeres y la poca soldadesca que le quedó tras las batallas de Chorrillos y San Juan– avanza en forma de tenaza sobre el campamento enemigo.
Van a dar una paliza a los chilenos que han subido hasta el valle del Mantaro, buscando al general peruano que, con los subestimados “indios” y el apoyo de algunas familias terratenientes, ha armado un ejército que les causa mucho dolor de cabeza.
En el tiempo presente, son las 10.40 horas del domingo 12 de julio de 2009, cuando Cáceres y su ejército hacen su ingreso al escenario natural del paraje Chuo-Uclo, en el distrito de Pucará, a 20 minutos de la ciudad de Huancayo, y a más de 3,400 m.s.n.m.
Las tropas peruanas, decíamos, no sólo la integran la soldadesca.
Están los guerrilleros, campesinos inspirados por las arengas de Cáceres, que aprenden a marchar repitiendo no el clásico “un-dos”, sino “cancha-queso”. Y atrás de ellos las mujeres, pasñas y wamblas, que pasaron a la historia como las rabonas, que marchan dando dos pasos adelante y uno atrás.
Es el quinto año consecutivo que se realiza la escenificación de las batallas de Marcavalle y Pucará en esta pampa y somos más de 30 mil personas las que estamos a partir las 9 de la mañana, en pos de la mejor ubicación en los cerros aledaños, comprando paraguas, pachamancas, gaseosas y bebidas espirituosas.
Afinamos los largavistas siguiendo lo que ocurre allá abajo, en el campo de batalla, mientras unos enormes parlantes reproducen para este mar humano las escenas dramatizadas.
Abajo, en el salón de la guerra, hay más de 2,500 actores que representan a las tropas peruanas y chilenas. Un elenco, en que se confunden universitarios, colegiales, comuneros y soldados, que practicó desde hace tres meses para todo sea perfecto.
Al mando de todos ellos está Jesús Valenzuela Perales (45), un campesino pucarino que de hace cinco años encarna a Andrés Avelino Cáceres.
“Para mí es un gran honor representar a ‘taita Cáceres’, un militar muy hábil que inclusive vendió sus tierras para comprar vestimentas a su tropa”, dice orondo Valenzuela, quien logró el papel por su larga barba, saber montar a caballo y sus capacidades histriónicas.
Desde hace cuatro años también da vida a Jesucristo cada Semana Santa en el distrito de San Agustín de Cajas. Ha descubierto una gran pasión como actor, pero sobre todo le fascina personificar al militar ayacuchano, que lo saluden y le aplaudan a su paso, “¡Viva, taita Cáceres!”.
El alcalde de Pucará, Jorge Camborda, explica que la jurisdicción siempre ha recordado las batallas del 5 y 9 de julio de 1882, pero a partir de 2005 se empezó con las escenificaciones junto al Ejército, las 12 comunidades pucarinas y la organización de legionarios Mariscal Cáceres.
Al año siguiente, se incorporó el gobierno regional, el cual constituyó la comisión multisectorial que organiza la escenificación y dio la ordenanza regional 053, que institucionaliza el evento, que en 2005 tuvo 8,000 espectadores, avanzando a 15 mil, 20 mil y 30 mil, el año pasado.
Debido al aumento del turismo –el público principal ya no sólo es de las comunidades adyacentes– por las escenificaciones, Camborda proyecta, en un trabajo conjunto con el gobierno regional y el provincial, crear una vía por la ma