Durante los siete años que viví en la selva, Jaén, que se encontraba a un día de viaje del Alto Marañón, era el centro logístico. He pasado muchas veces por esta ciudad, donde pululan 12.000 mototaxis y donde quedan buenos amigos como el defensor de los bosques Félix Delgado o el emprendedor Carlos Parihuamán. Tengo que confesar que nunca me gustó la ciudad y que mi estancia en ella se reducía a lo mínimo para escaparme de nuevo a la selva.
Después de muchos años sin regresar, y como consecuencia de varios viajes por Cajamarca y Amazonas, he redescubierto Jaén, sobre todo los espectaculares alrededores que posee, y San Ignacio, la capital cajamarquina del café, la miel y la granadilla. Cuando vivía con los aguarunas, todas esas carreteras estaban sin asfaltar, llenas de barro. Ahora el viajero puede recorrer estos lugares con nuevas pistas, con muchos hoteles y restaurantes, con gente acogedora que muestra sus casas, sus campos de cultivo o sus piscigranjas, como la del dueño del restaurante Rico Pez, Lucho Jiménez, o con los campesinos que conocen más de 200 especies de plantas medicinales.
Aproveché este viaje para meterme en las pozas a pescar paiches y aliviarme del intenso calor tropical, para pedir al señor Medardo que me diese un buen remedio para la limpieza de la sangre, para comer tacacho y cecina, para conocer los campos de café orgánico de San Ignacio, y para visitar, con los niños Daniel, Rosa y Sandra, los apiarios de abejas.
EL ARTE DE CONTEMPLAR
Muchas veces, cuando vamos a un lugar, preparamos nuestra lista de atractivos para ver. Jaén y San Ignacio, las dos provincias ubicadas al norte de Cajamarca, cerca de la frontera con Ecuador, no tienen iglesias coloniales, ni sitios arqueológicos, ni rutas gastronómicas. Nos ofrecen la posibilidad de la contemplación, de viajar por sus carreteras y caminos y simplemente estacionar nuestro carro para observar una naturaleza cambiante, formada por valles agrícolas y cerros, cuya vegetación varía de los matorrales a las selvas altas, y unos atardeceres únicos en sus ríos.
Jaén se encuentra en un desvío de la Interoceánica Norte, la que une Paita con la selva de Yurimaguas y que atraviesa los Andes en su paso más bajo de todo Sudamérica, el abra Porculla. Antes atravesamos el valle de las pirámides de Túcume y, después, el que forma el río Chamaya. San Ignacio, a su vez, está en la carretera que une Ecuador, a través del puesto fronterizo de La Balsa, con Jaén, un recorrido donde encontramos pinturas rupestres y unas montañas verdes.
Nada mejor que regresar a los lugares donde has estado tantas veces para verlos nuevos y diferentes y sentirte feliz. De eso se trata, el mundo simplemente es como lo ven nuestros ojos y lo fascinante de la vida es que nunca sabes por dónde dispara, aunque en esos disparos sientas que el amor ya no lo puede todo.