La caminata empieza en Santa María y se extiende durante casi cuarenta minutos por terreno recientemente inundado debido a la crecida del río. Parte del trayecto hay que hacerlo en canoas que los cuatro guías que nos acompañan manejan con destreza en medio de un pantano cubierto de vegetación.

 

 El primer mirador, una imponente estructura de más de diez metros en la que se puede apreciar este pedazo de selva, se encuentra como aviso de lo que vendrá. Tras otro corto trayecto en canoa, llegamos a uno de los tantos miradores ubicados en medio de la zona en la que anidan las garzas.

 

 Una experiencia como esta era impensable hace cuatro años, cuando el pueblo de Santa María de Fátima empezó a organizarse con ayuda de la ONG Naturaleza y Cultura, hasta que consiguió (recién el año pasado) que la municipalidad de Indiana declarara el garzal como un área de conservación ambiental con el fin de proteger este recurso natural.

 

Ahí empezó, realmente, el trabajo: limpiar el camino que se veía obstaculizado por la selva y el agua de las inundaciones y hacer miradores en la tierra y en el agua fueron solo algunas de las tareas que los pobladores ejecutaron para que podamos ver las ocho especies de garzas que anidan en este lugar.

 

La garza agami, la más bella del mundo, la difícil de encontrar garza wapapa (el atractivo más importante de este garzal), la garza nocturna llamada huangana y las garzas blancas son solo algunos de los atractivos que ofrece este lugar. Aquí, dentro de poco, los turistas podrán acampar: los 17 pobladores que continúan en el proyecto tienen como objetivo hacer una plataforma para quienes quieran pasar una noche en medio de la selva.

 

Un costo de ingreso barato (ronda los 20 soles por ahora) que se puede gestionar en las oficinas de turismo de Iquitos, cercanía con la ciudad y una experiencia de contacto directo con la naturaleza. Eso es lo que nos ofrece el garzal de Santa María de Fátima.