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CRÓNICA: UN ESPECTACULAR SAFARI EN LA SELVA DE IQUITOS
miércoles, 27 de junio de 2012

Iquitos no es solo las noches inacabables de fiesta en las que uno puede caminar indefinidamente de discoteca en discoteca. No es solo una pintoresca ciudad en la que uno puede encontrar construcciones que narran la historia del auge del caucho de comienzos del siglo XX. No se trata solo de caminar para conocer la casa de hierro diseñada por Gustave Eiffel o el hotel Plaza, ocupado actualmente por militares y que pronto será puesto en valor para albergar turistas otra vez. Viajar a Iquitos es recuperar aquel contacto con la naturaleza que hemos perdido.

Tenemos que aprender a ver. LA BÚSQUEDA DEL DELFÍN ROSADO Desde el Lodge hemos hecho un recorrido de 15 minutos hasta una zona que se presume llena de delfines rosados. Es difícil verlos y más cuando el río está bajando como en esta época del año, por lo que hay que tener buen ojo y esperar pacientemente durante aproximadamente una hora y media, aunque el espectáculo de verlos moverse con gracia en el agua vale la pena.
 
 El patrón se repite en toda la selva. No se trata solamente de ir, cámara en ristre, dispuesto a disparar al primer atisbo de movimiento. En la jungla todo se mueve, todo suena. En un recorrido matutino para ver aves, desde carpinteros hasta pechos amarillos que los lugareños llaman “Víctor Díaz” por el sonido de su canto, queda claro: ellos se alejan de depredadores como los humanos. Hay que estar listo para disparar la cámara a la primera señal de su presencia.
 
La experiencia de buscar animales en su hábitat natural es espectacular. Pero la de encontrar plantas también: una caminata por un terreno pantanoso nos lleva a conocer un ejemplar de Ceiba que debe tener como 500 años. Estos especímenes son tan grandes que, a veces, en su interior, hay colonias de murciélagos. En otros árboles, en tanto, podemos ver nidos de termitas que son ocupados por aves.
 
Curiosamente hemos visto pocos mamíferos: acaso unos pocos monos y un oso perezoso que una niña llevaba cargando en uno de los pueblos por los que hemos pasado. Pero para calmar nuestra curiosidad animal, está el refugio para animales de Néicer Ruiz Bustamante, un poblador que decidió un día darle cobijo a los animales que son incautados por las autoridades. Néicer es un tipo de hablar pausado y mirada distraída que se asoció con Inrena para dar cobijo, hasta ahora, a 18 animales, entre primates, aves, tortugas y una anaconda, a los cuales protege desde hace tres años. En su albergue uno puede tener contacto directo con estos animales y sentir el ‘tierno’ abrazo de la reina de las serpientes.
 
TENER UN HIJO, ESCRIBIR UN LIBRO
 
 La experiencia de vida en la selva culmina en territorio de la comunidad nativa de Nuevo Perú, de la etnia yawa: un terreno que ha sido deforestado y al que los turistas deben acercarse plantando un árbol. He plantado un cedro rojo en medio de una selva que se alista para recibir el título de Maravilla Natural. Me falta tener un hijo y escribir un libro. Quizás el libro tenga algunas de las escenas que he visto en estos tres días en los que he conocido una jungla que no se deja vencer a pesar de la furia de las inundaciones.

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